El hallazgo del torreón de la puerta este de la muralla romana, en coincidencia con la entrada moderna, constituye un salto cualitativo significativo en la puesta en valor del Parque Arqueológico de Lezuza.
Se trata de un descubrimiento que, sin que sirva de precedente (porque normalmente no es ni debería ser así) podemos encuadrar, entender y, por tanto, divulgar, enseguida. Y es así porque el conocimiento que tenemos de la fortificación que engloba la parte más elevada del enclave (9 ha) era, a priori, muy amplio. Fue levantada apresuradamente por el ejército romano en el s. I a. C., presuntamente en el contexto de las Guerra de Sertorio, tras la destrucción del poblado indígena oretano. En pasadas campañas habíamos excavado y puesto en valor tres de sus puertas, flanqueadas todas por sendas torres: la Norte (que se erige directamente sobre los escombros del poblado ibérico), la Sur y la Noroeste. Los 6 m de anchura del recuadro de la torre, los 3 m del lienzo y su técnica constructiva (con un doble paramento de mampostería ordinaria, en seco, y el interior relleno de piedras y tierra, recordando la técnica del emplecton de Vitrubio) no dejan margen para la duda.
Así y todo, queda todavía mucha tarea por delante: a corto y medio plazo, la intervención en el otro torreón (el septentrional, ubicado, sin duda, más allá de su estado de conservación, al otro lado del camino) y el vano de entrada. Y, a largo plazo, la investigación de los ambientes directamente apoyados en la construcción defensiva.