Exposición: Zenobia Camprubí con luz propia
Del 20 de octubre al 11 de noviembre de 2011
Inauguración: 20 de octubre a las 20 h.
Lunes a viernes de 10 a 14 h. y de 18 a 21 h.
Sábados de 10 a 14 h. Domingos cerrado
Visita guiada: 24 de octubre a las 10:30 h en el Centro Cultural de la Asunción.
Conferencia: 24 de octubre a las 17:30 h. “Zenobia Camprubí, una gran desconocida” en la sala de conferencias de la casa de cultura “José Saramago”. A cargo de Emilia Cortés, Comisaria de la exposición.
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Zenobia Camprubí con luz propia
Antes de su nacimiento, la vida de Zenobia Camprubí Aymar ya estaba estrechamente ligada a dos continentes: España y América. De padre español y madre puertorriqueña. nació en Malgrat de Mar (Barcelona) el 3l de agosto de 1887; fue la tercera, y única niña, de los cuatro hijos del matrimonio formado por el ingeniero Raimundo Camprubí y su esposa Isabel Aymar. Tuvo una infancia feliz en el seno de una familia acomodada. Nunca asistió al colegio, se educó en casa con profesores particulares y con la ayuda y supervisión de su madre y abuela con quien hablaba en inglés. Clases de piano, música, clases de francés, de literatura..., éste era el ambiente de la niña. Su afición a la lectura y escritura arranca de estos primeros años; prueba de ello son los artículos que escribía y que fueron publicados en distintas revistas neoyorquinas.
Su primer viaje a Nueva York lo realizó cuando tenía ocho años. El comienzo de la juventud lo pasó en Norteamérica, allí vivió de 1904 a 1909, en las ciudades próximas a Nueva York. Zenobia encajó perfectamente en la vida norteamericana; era una joven alegre, que disfrutaba de todo lo que hacía, con un círculo de amistades muy amplio y preocupada por la cultura y los problemas sociales. La profesión de su padre llevó a la familia a distintas ciudades: Barcelona, Valencia, La Rábida, Madrid. En 1911 fue de nuevo a EE.UU. En 1913 Conoció a Juan Ramón Jiménez y empezó a traducir la obra del poeta indio Rabindranath Tagore. Fue un trabajo conjunto, ella traducía y él incorporaba alguno de sus pocmas, además de cuidar la edición. El primer título publicado fue La luna nueva, en 1915; después vendrían muchos más. Cuando Zenobia viajó a Nueva York en 1915, Juan Ramón la siguió y allí se casaron el 2 de marzo de 1916. Fijaron su residencia en Madrid.
Zenobia se implicó en asuntos sociales y culturales: colaboración con la Junta para Ampliación de Estudios, Lyceum Club, la Enfermera a Domicilio, colaboración con la Protección de la Infancia, etc. Además, decoraba pisos y los alquilaba, exportó libros, trabajos de artesanía y antigüedades a EE.UU. y abrió una tienda en Madrid con esta clase de artículos, a la que llamó Arte Popular Español. Sin olvidar su labor en la decoración de Paradores Nacionales.
Su último y definitivo viaje a Norteamérica fue en agosto de 1936. Zenobia y Juan Ramón nunca regresaron a España. Las etapas de este exilio autoimpuesto fueron: La Habana, Miami, Washington y Riverdale (Maryland). Zenobia, trabajadora incansable, durante el exilio estudió en la universidad y trabajó como docente en el Pentágono, en el Congreso de Washington y en la Universidad de Maryland. Pero su tarea principal siempre fue Juan Ramón; diariamente trabajaba en la obra del poeta, en pasarla a limpio, ordenarla, correspondencia con editoriales, atención a investigadores, etc. En 1951 se trasladaron a Puerto Rico, en busca de alivio para las enfermedades nerviosas del poeta. A finales de este año Zenobia fue operada de cáncer. Nunca se restableció. Después de su intervención, tres fueron los objetivos que le dieron fuerza para seguir viviendo, sin poder: dejar preparada la Tercera Antología de Juan Ramón, colaborar en la propuesta del poeta para el Premio Nobel y organizar la Sala Zenobia-Juan Ramón Jiménez de la Universidad de Puerto Rico. También lo protegió económicamente. Murió el 28 de octubre de 1956. Antes de fallecer supo que su marido había conseguido el Nobel. Zenobia se fijó en su vida una gran tarea: Juan Ramón. Y la cumplió a la perfección. Los restos dc ambos descansan en el cementerio de Moguer.
Emilia Cortés lbáñez